viernes, 1 de mayo de 2009

Shara. (Naomi Kawase). Sharasojyu. 2003.

Erosión.
Shun está jugando con su hermano Rei, corriendo por la calle, sorpresivamente, simplemente al dar vuelta una esquina, Rei desaparece.
Años después la familia todavía está tratando de superar esta situación. Shun está terminando el secundario y tiene una buena amiga. La madre Reiko está de nuevo embarazada y su padre, imprentero y calígrafo, organiza el festival más importante de la ciudad.
El dolor cala hondo e impregna todas las situaciones, pero esta es una película muy sutil y pudorosa con los personajes, casi no hay escenas emocionantes y cuando las hay la cámara (siempre en mano, nunca fija) elige alejarse.
La mirada inteligente y personal libera los sentimientos y los transmite cabalmente, sólo pidiendo un poco de paciencia al espectador que se ve compensada por las maravillosas escenas, por el contacto físico con la naturaleza y el reflejo del paso del tiempo.
Esta familia vive en un barrio muy poco céntrico de una pequeña ciudad, la comunidad y las casas están abiertas y hay muchos que se dedican a cultivar sus jardines. La cámara se pierde y se maravilla ante estos lugares con naturaleza y todos los rincones del barrio son mostrados en largos travellings que acompañan a los personajes en sus paseos, caminatas, juegos, corridas y caminos del colegio a casa. Igual que en toda la película los elementos de la naturaleza se ven reflejados con extraña exactitud y tienen que ver con los sentimientos de los personajes. Por ejemplo en la muy sencilla escena que sigue a Shun y su amiga Yu en bicicleta del colegio a sus casas, Shun conduce y Yu está parada sobre la rueda trasera, durante el trayecto se cruzan una moto que va en dirección contraria y el viento levanta por un instante la falda de Yu. No hay aquí atisbo de erotismo, solamente la demostración de que el viento también forma parte de la historia.
Pero la que se lleva los laureles es la lluvia: durante el festival que organiza el padre, un grupo de bailarines danza bajo la lluvia, provocando una sensación de alegría, de gozo, de heridas que se cierran, de olvido de pesares, de la dignidad de la lucha y la posibilidad (cómo dice el padre al final de la escena) de brillar, de hacer algo que sea realmente sorprenderte y les permita superarse. Todo en una única escena de 10 minutos de gente bailando.
Parece cómo si el dolor por la misteriosa desaparición de Rei fuese una montaña y cómo todas las montañas, es erosionada lentamente por el viento, la lluvia, las plantas que crecen, el paso del tiempo, así las nuevas relaciones, el nuevo hermano por nacer, la pintura, el hacer otras cosas fueran erosionando el dolor, que siempre va a estar allí, pero se va a volver soportable. La montaña se va a transformar en una meseta transitable.
En la última escena, después del nacimiento del nuevo hermano, la cámara vuelve hacia la imprenta donde estaban jugando Shun y Rei y abre una puerta y se empieza elevar mostrando las casas del barrio y luego toda la ciudad, todas tienen algún dolor para contar. En el último fotograma cuando terminaron los títulos (por eso yo siempre me quedo hasta que finalizan los títulos) muestra un cerro, con varias zonas sin bosques, seguramente alguna vez fue una montaña, ahora se puede subir a pie con poco esfuerzo.
Casi excelente.

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